"Perversiones" que acosan la fé pública.....
Más periodismo, menos periodista bufón, pantallero.
Por el respeto y la dignidad de la fé pública. De cómo la vanidad, el poder y el amor al éxito monetario, pervirtieron una profesión sagrada.
En tiempos en que hubo grandes plumas, periodistas con vocación y compromiso, era posible leer grandes historias contadas por narradores mayores en el arte de la palabra, cronistas de peso y sensibilidad en la escritura, en plena juventud. Brillaba cada obra periodística. No había pantalla ni vanidad mediática. Apenas se conocía la firma, el nombre. Como se repite hoy con los pocos grandes cronistas que quedan en el espectro del periodismo. El trabajo periodístico dió entonces escritores de alcance universal. Hoy el espectro del periodismo es lo más parecido a un Liliput intelectual. Pensamiento y criterio insignificante con pantalla gigante.
La nueva época del periodismo, infestada de juguetes, convergencias, distorsión, dispersión, distracción, está repleta de amenazas, sin contenido, sin significado ni sentido, con la dictadura irreflexiva de la velocidad y el voyeurismo del twitteo y similares. Difícil tiempo para el pensamiento y el criterio. Nada fácil en la era de la levedad. Realidad irreversible. S.O.S. por el talento narrativo.
El dogma de la imagen fugaz
"...con el patrullero R --- C--N.." grita el reportero parrillero y deja caer de un sonoro golpe el visor o ventana del casco de motociclista. Propósito, un cliché de recordación. Un lugar en el espectro mediático y farandulero, donde lo primero es fama y éxito. Posicionamiento socioeconomico.
O la detestable manía de confundir periodismo con farándula e igualarse con protagonistas carnestoléndicos de telebobela. Ese horror ostentoso de andar mostrando el habitáculo para sentirse estrella de jet set: el apartamento, la sala, la cocina, la alcoba, el clóset lleno de zapatos y carteras. En su libre albedrío tienen derecho a perderse el respeto por sí mismos, pero dañan el imaginario sobre un rol social que nada tiene que ver con esos complejos. El periodismo no es glamour ni feria de vanidades.
O el auto jefe de prensa que se auto promociona en titulares de su informativo desde la estrellada del carro, las vacaciones de familia y hasta el nacimiento de su bebé o la piñata. Ese mismo que es capaz de decir que se va a un ascenso profesional en otra parte, para esconderse de tropelías cometidas en indelicadezas de negocios como periodista de fama rentable.
O los años en que con el mismo propósito de mantener el "top of mind" (máxima recordación), el noticiero televisivo coleccionaba reporteros estrellas con nombres raros, apellidos exóticos que repetían cuatro veces antes de dar paso al contenido periodístico, lo menos importante en el negocio. Estrategia agotada.
O todos los modismos que usaba el presentador arlequín que sumaba rating con gesticulaciones, falsetes y expresiones cómicas: "buen genio, hágale el amor a la vida"...
O la insoportable práctica de marketing mediático, de llamar noticieros, periodismo, a unas franjas dedicadas a promocionar telenovelas, magazines, chismes de sus propias figuras de canal. Todo eso con escases de ropa y en nombre del periodismo. Una profesión mayor, seria, degradada en esa mercachiflería.
Bien han expresado autoridades del oficio, que la televisión y el periodismo no compaginan. La cajita mágica es espectáculo, entretenimiento y artificio, al servicio del negocio. El dogma de fé en la industria mediática es el EGM: Estudio General de Medios, rating, aparatos encendidos no importa a que precio.
Infinidad de taras, complejos y perversiones megalómanas que dañan la profesión de informar, degradan la dignidad y credibilidad de esta responsabilidad que compromete uno de los más sagrados derechos de la gente hoy, estar bien informados.
La desinformación comienza con la pretensión del periodista protagonista, igualado con el poder político y económico en su esnobismo social consumista, en su ansia de notoriedad.
Son muchos los daños colaterales que causan al periodismo los malos hábitos sociales de demasiados periodistas, perdidos en su vanagloria. No hay peso específico. En una sociedad infestada de matonismo, intolerancia, barbarie, la trivialización de una responsabilidad mayor como es la verdad de lo público al servicio de la fé pública, ocasiona hondo detrimento irreparable en una profesión patrimonio público que se va quedando sin respeto. El folclor popular no baja al periodista de "chismoso", "sapo", "metiche", precio pagado por el manoseo con los manoseadores del poder público. La política negocio se encarga de poner en ese nivel al periodismo.
"Así es que tienen que terminar todos esos sapos hps" decía un bárbaro al que escuchaba mientras pasaba el cortejo fúnebre que acompañaba el cuerpo de Julio Daniel Chaparro, cronista mayor, asesinado con escasos 29 años, por la barbarie en abril de 1991, hace veinte años. Impunidad inmarcesible. Nada pasó. Se quedó así. Todo porque como en la Vida es Bella, le escribía al paisaje y su belleza en cada escenario de muerte.
Esta realidad, la pose farandulezca, con tantos malos hábitos sociales de periodistas distorsionados, desencadena una cantidad de riesgos y amenazas, porque la ausencia de respeto hace que la gente vea al periodista como ficha de un establecimiento corrupto, bárbaro, excluyente e inequitativo.
Los primeros desinformados de la sociedad son los millares de jóvenes ilusionados que salen con un cartón de una institución que los titula de comunicadores sociales, periodistas, o todas las anteriores, a punta de mitos. Salen movidos por el señuelo de la fama y el éxito que serían la redención de la familia en buen nombre y estrato socioeconómico. Ascenso social para expiar complejos, credo de altos porcentajes en una sociedad inconsciente e insensible y abandonada en brazos de la barbarie, dijeron las encuestas repetidas incesantemente durante la primera década del milenio en curso. Miles de millones de dólares son invertidos en campañas de "sensibilización" para ver si la gente asume conciencia de su deber como sujeto social. La mayoría de esa plata perdida, enriquece las empresas de la industria mediática. Nada transforman esas pautas propagandísticas.
El periodista soy yo
Con semejante imaginario, no será realidad en ninguna parte el mensaje televisivo que mostraba a los ciudadanos de un pueblo poniendo el pecho ante un matón armado que llegó al parque central preguntando ¿usted es el periodista? y todos a una dijeron el periodista soy yo. Así, con el mensaje de los "periodistas de alfombra roja", acomplejados por Hollywood, envanecidos, ese ideal no pasará de ser un guión televisivo. El valor del periodismo y la protección del periodista no existirán entre los ciudadanos. La gente no sentirá compromiso con tales poses de aliados del poder. La imagen sembrada es peor que la de un cura evangelizando a favor de los corruptos y sus prácticas. Así, ¿Quién puede creer?.
La mayoría termina creyendo que todos los periodistas son como "El Cinchi" de Pantaleón y las visitadoras: Un corrupto con micrófono que movía sus contenidos locutados según lo que necesitara el que le metía billetes en el bolsillo.
Señuelo para incautos:
Que se ganen diez veces, todos los años el mismo premio de marca comercial los mismos periodistas de industria mediática en cadena, ¿Quiere decir que no hay más buenos periodistas con buen periodismo en el país? O significa que los premios estrategia de marca coptan la vanidad e intereses estratégicos de posicionamiento de los periodistas EGM de la "gran prensa" en círculo vicioso. ¿Quién se come el cuento? Quién acompaña en esa creencia a la periodista que recibe otro premio industrial de colección entregado como estrategia de promoción de un libro "ventazo" del mismo holding mediático donde reduce "casi toda la verdad del periodismo" a la versión bogotana de cuatro periodistas famosos eximios representantes de la industria informativa en grandes medios bogotanos. Cacaos del periodismo, "monstruos" de la profesión según los corifeos, aúlicos de su entorno.
*Este texto, un lugar común para periodistas, está escrito para toda esa masa crítica ausente en el imaginario que confunde periodismo con industria de farándula.
Escrito por Hernando Ayala M. Doliente, deudo en la orfandad del buen periodismo.
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